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Cuento de Navidad

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Cuento de Navidad



"Clan clon clan". El sonido de las cadenas. "Frsss clan clon clan". El sonido de las cadenas arrastrando por el suelo. Viene a por mí. Me tapo la cabeza con la manta de la cama pero le sigo oyendo acercándose. "Frssss clan clon clan...". Se detiene. El silencio trae la angustia más insoportable.


¿En qué pensarán los fantasmas? Éste parece estar ideando las más terribles torturas, castigos sólo imaginables en la cuarta dimensión, donde la piedad no existe porque tampoco existen el amor ni la simpatía.


La cama tiembla, primero un movimiento casi imperceptible, luego un seísmo que me lanza directamente al suelo, a sus pies, si tuviera pies. La túnica negra, roída, ondea a causa de una corriente de aire ilocalizable. Parece haber un cuerpo bajo esa capa, un cuerpo sin piel ni huesos, al menos no visibles a mis ojos.


El silencio se rompe. Una voz profunda, sin origen, retumba entre las paredes de la habitación y dice mi nombre.




- ¡Srooge! ¿Eres tú? – pregunta.


- Ssss... sí... – respondo.


Una fuerza invisible me agarra del cuello y me empujan contra la pared. Al momento surge de entre el cemento unos grilletes que me inmovilizan manos y pies. El muro gira, yo giro, grito. La centrifugadora se para. ¿Dónde estoy? Ésta no es mi habitación. ¿Y mi ropa? Atado y desnudo cuelgo del techo, como si fuera una lámpara. Abajo, una animada cena de amigos. Me gustaría pedir auxilio pero me avergüenza la situación. Espero paciente a que el fantasma se canse de su juego. Pero... ahora que me doy cuenta... la mesa con los contertulios se acerca o soy yo que desciendo. Puedo oír sus risas, son reales, están aquí. Me llega el olor del pavo, los vapores del vino. Chocaremos. Ya casi puedo distinguir sus pupilas. No. No quiero, me resisto. ¡Libérame, fantasma!


Mi petición es concedida. Desaparecen los grilletes y caigo sobre la mesa. Yo también soy real para los asistentes a la cena. Me miran con un cierto espanto. No todas las noches cae un hombre desnudo del cielo. Hay algo extraño... sus ojos, sus bocas... Los creí humanos pero...


El que está sentado a la cabecera de la mesa abre su gran boca de pez para soltar una grotesca risotada.




- Te esperábamos, Srooge. Eres el plato principal.


Y todos a una, como una gran bestia de apetito insaciable, se abalanzan sobre mí con sus tenedores y cuchillos. Los esquivo, me arrastro para huir pero la mesa se hace interminable. Intento saltar pero no hay hueco libre de demonios. Me devorarán, acabarán conmigo. ¡No!


Ya siento sus garras sobre mi piel, su aliento de azufre. Son tantos que no puedo contarlos. Sus lenguas, largas y bípedas, me relamen, se introducen en mi boca, en los más inhóspitos recodos, los siento en las entrañas. Mordisquean mis dedos, manos, pies... hasta el pedazo de carne que duerme entre las piernas, lánguido del poco uso en estos tristes años. Ellos y ellas lo hacen grande, le dan forma con sus marchitos labios, lo meten en pozos oscuros rezumando jugos de viscosidad pestilente.


Ahí llega el mayor de ellos, armado con un cuchillo de trinchar al que va afilando. "Fshhh fshhh".




- Para mí el mejor trozo...


Los demás se retiran, le dejan espacio. Me agarra la monstruosidad que los otros han creado y... ¡Zas!


¡Basta! ¡Fantasma, te prometo cambiar! ¡Sácame del Infierno

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Todo asombroso